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La Escuela Provincial de Tamborileros, clave para la conservación del patrimonio

 
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Cáceres.- Es ya el segundo curso lectivo al que asiste una treintena de hombres, mujeres, niños y niñas, el segundo curso de la Escuela Provincial de Tamborileros, ubicada en la localidad hurdana de Mesegal, y que nació en febrero de 2017 a iniciativa del Ayuntamiento de Pinofranqueado y su alcalde José Luis Azabal; la Asociación para el Desarrollo Integral de la Comarca de Las Hurdes (Adic-Hurdes), presidida por Gervasio Martín, y la Diputación de Cáceres.

     Transcurrido este año, la presidenta de la Diputación, Rosario Cordero, acompañada del vicepresidente primero y diputado de Desarrollo y Turismo Sostenible, Fernando Grande Cano, y el diputado de Cultura, Juventud y Deportes, Álvaro Sánchez Cotrina, asistió a una de las clases y entregó a los 30 alumnos y alumnas nuevos tamboriles. Les felicitó y les agradeció su trabajo y contribución por “mantener nuestra identidad, nuestro patrimonio cultural, nuestra historia y nuestro futuro, porque esto supone también un importante atractivo turístico, y entre todos tenemos que cuidarlo y mantenerlo”.

     En este sentido se pronunció el profesor Nano Jiménez, que se mostró convencido de que irán surgiendo nuevas canteras. “Esta escuela es muy importante -dijo Jiménez- para implicar a hombres y mujeres para que nada de lo nuestro desaparezca, porque el tamboril es tan nuestro como lo son nuestras montañas, nuestros ríos o nuestras gargantas”. Destacó también la importancia histórica de un instrumento y unas canciones “que compartimos desde León hasta Huelva, pasando por Zamora, Miranda de Douro, en Portugal, Salamanca, Cáceres y Sur de Badajoz, lo que nos indica el influjo que tuvo la trashumancia, y todo esto tenemos que cuidarlo”, reiteró.

     Entre los alumnos, se pueden contar mujeres que, como indica Feli, “queríamos aprender a tocar un instrumento que siempre nos gustó, pero que por falta de tiempo o porque se veía más de hombres no lo aprendimos”. Y entre los más pequeños, Víctor, de 8 años, y Álvaro, de 13, se muestran convencidos de su contribución “para mantener el tamboril, porque los más mayores se van muriendo y nosotros podemos continuar”.

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